16 Bits Generation : Retroanálisis: Rock´n Roll Racing
Antes Interplay molaba. Acogía desarrolladoras interesantes y la verdad es que muchos juegos tenían un toque personal bastante interesante. A la cabeza me vienen títulos como los dos primeros Fallout de Black Isle, el entrañable Boogerman, Lost Vikings, Baldur´s Gate o Clayfighter entre otros. Gozó de buena salud durante la etapa de los 16 bit, y un ejemplo de ello es el inolvidable Rock´n Roll Racing, desarrollado por Blizzard en 1993 para Mega Drive y Super Nintendo. Era un atípico juego de carreras con vista isométrica del que guardo buenos recuerdos. Recorrer la galaxia a ritmo de rock mientras machacábamos a nuestros alienígenas enemigos era divertido, muy divertido.
Después de seleccionar a uno de los seis personajes iniciales (con alguna que otra sorpresa si tirábamos de password) y nuestro carro de combate, era hora de ponernos manos a la obra para hacernos los dueños del universo. A grandes rasgos, la mejor manera de describir el cartucho es como “un Super off road hormonado con armas y extraterrestres en el espacio“. El sistema de control era totalmente heredado de clásicos como Racing Destruction Set o Super Sprint, un sistema que de inicio podía hacerce complicado hasta que no echábamos unas cuantas partidas. Lo cierto es que gran parte del éxito del juego radicaba en su contrastada jugabilidad, con una curva de aprendizaje interesante que cada vez nos iría ir ganando más pericia al volante de nuestro coche.
La premisa era básica, ir ganando carreras protagonizadas por cuatro contendientes, donde después de cuatro vueltas, nos repartiríamos dinero y puntos en función de nuestra posición. Con el dinero podíamos ir mejorando las partes de nuestro coche, así como adquirir nuevas unidades de misiles, minas o turbo. Al mismo tiempo, si lo creíamos necesario, teníamos la oportunidad de comprar otro vehículo. A medida que avanzábamos y visitábamos nuevos planetas, distintos coches con distintas características se iban sumando al plantel, y se hacía imprescindible mejorar los ya conseguidos o comprar estos últimos para ser competitivos. Con los puntos obtenidos en cada carrera conseguíamos acceder a nuevos lugares de la glaxia para seguir compitiendo, por lo que si aún no reuníamos los necesarios, nos veíamos obligados a repetir los circuitos del planeta en el que estábamos hasta conseguir la suma de puntos necesaria.
Otra de las características a nivel jugable de Rock´n Roll Racing era el uso de armas. Nuestro coche dispondría de una barra de energía que iba disminuyendo a medida que recibíamos impactos enemigos. Nuestro arsenal se iba reponiendo cada vez que dábamos una vuelta, por lo que había que hacer buen uso de nuestros recursos para quitarnos de encima a los cabrones del espacio exterior. Cuando dicha barra llegaba a cero nuestro coche explotaba en mil pedazos, con la consecuente pérdida de tiempo. En plena carrera podíamos reestablecer nuestra barra recogiendo botiquines, al mismo tiempo que otros ítems para aumentar el dinero. Mejorar por tanto nuestro arsenal era fundamental para sobrevivir a los niveles más altos del juego.
Otra seña de identidad del cartucho era su música. Como indica el propio nombre del juego, aderezada por memorables temas de rock de bandas consagradas. En el repertorio teníamos clasicazos como Paranoid de Black Sabbath, Higway Star de Deep Purple o Born to be Wild de Steppenwolf, entre otros artistas como Henry Mancini, Golden Earring o George Thorogood. Escuchar esta música adaptada para la ocasión era todo un acierto, aparte de venirle como anillo al dedo al juego. Ir dando saltos espectaculares mientras destruíamos enemigos a ritmo de Black Sabbath no era muy común por aquellos tiempos en un videojuego, así que en ese sentido, Rock´n Roll Racing fue todo un acierto, acercándonos a los prepubers de la época piezas que desconocíamos. Puede que el total de temas se hiciera corto, pero ya de por si era todo un logro disponer de una banda sonora tan interesante.
Ténicamente era un juego muy acertado, con grandes sprites bien definidos y unos escenarios interesante que sabían transmitir la ambientación espacial y macarra del juego, aunque se iban haciendo un tanto repetitivos. Los diseños de los rivales, así como de los demás personajes del universo Rock´n Roll Racing como el mecánico, el encargado de transportarnos a nuevos planetas o el presentador eran la caña, con una estética futurista y heviata muy simpática que conseguía darle vidilla al cartucho. A nivel sonoro, aparte de lo ya comentado en el aspecto musical, cumplía simplemente a nivel de efectos, donde destacaba la voz del presentador de las carreras, con frases muy caracterísitcas que se nos irían quedando a medida que transcurrían las horas de vicio.
El juego de Blizzard se hacía ameno, divertido, exigente y competitivo, además a todo esto había que sumarle la posibilidad de jugar a dobles, lo cual alargaba la vida del título y lo colocaba entre los juegos de carreras más interesantes del catálogo de las dos consolas de 16 bits. Con el tiempo llegó a aparecer una versión para PSX, ya con gráficos tridimensionales y adaptada a los nuevos tiempos que resultó ser un fracaso y en el 2003, un remake acertado para Game Boy Advance vería la luz para recordar a las generaciones más nuevas las bondades de un juego que no debería pasar desapercibido, y que puede que sin darse cuenta, crease escuela en cierto modo. Lo dicho, un clásico entre los clásicos que no deberían dejar de probar los nostálgicos de aquella época, sobre todo si lleváis el rock en las venas.