Normalmente, cuando Nintendo lanza una nueva consola, todos esperamos ver al bigote de Mario en primera fila, saludando desde el primer juego. Pero en 2001, con el estreno de la GameCube, ocurrió algo inesperado: no fue Mario quien nos recibió, sino Luigi. Sí, el hermano alto, tímido y siempre a la sombra… esta vez tenía los reflectores encima. ¡Vaya si lo aprovechó!
Por cierto, así es como voy a hablar del juego que tuve de partida en mi flamante GameCube negra que, hasta día de hoy, tan buenos ratos me ha regalado. ¡Vamos allá!
De demostración técnica a aventura de fantasmas
Todo comenzó con una simple demostración técnica. El equipo de Nintendo EAD —los mismos genios detrás de Super Mario 64— andaba jugando con la iluminación y las sombras que podía manejar la nueva consola. Nada serio al principio: una casa, unos efectos de luz… algo bonito para enseñar músculo gráfico.
Pero algo hizo clic y decidieron seguir hacia adelante.
Entrando en la mansión con un poco de miedo.
De esa prueba técnica nació una idea: ¿y si Luigi protagonizaba su propio juego? Pero no uno de saltos y champiñones. No. Esta vez sería algo distinto: una mansión tenebrosa, un ejército de fantasmas y una aspiradora modificada para atraparlos. Y así, medio en serio medio en broma, Luigi se convirtió en el cazafantasmas oficial de Nintendo.
Una mansión oscura, pero con mucho corazón
Luigi’s Mansion no es un juego de terror, pero tiene su atmósfera. Es esa clase de “miedo simpático” que te hace reír con nervios. El protagonista no es un héroe valiente, sino un tipo normal que preferiría estar en cualquier otro lugar… y que aun así, no se rinde. Vamos uno cualquiera de nosotros.
Con su linterna en una mano y la Succionaentes 3000 (una especie de aspiradora de fantasmas creada por el genial Profesor Fesor) en la otra, Luigi recorre pasillos polvorientos, abre puertas que crujen y se enfrenta a fantasmas que no se lo van a poner fácil. Cada espíritu tiene su truco. Algunos aparecen al encender una vela, otros cuando tocas su canción en un piano olvidado. Hay que observar, pensar, y actuar rápido. El juego nunca te suelta del todo.
¿Qué deberemos hacer para poder atraparlo?
¿Y los jefes? Una delicia. Desde un bebé gigante (sí, da un poco de mal rollo) hasta una anciana fantasma que te lanza ovillos de lana. Cada uno con su historia, su rincón de la mansión y su personalidad marcada. Además, hay que darle al coco, ya que siempre hay que resolver una especie de puzle para poder enfrentarnos a ellos, lo que le da un toque adicional al juego.
Detalles que hacen la diferencia
Una de las cosas más encantadoras de Luigi’s Mansion es Luigi mismo. No solo porque por fin lo vemos como protagonista, sino por cómo se comporta. Camina temblando, grita cuando ve una sombra y, a veces, tararea con miedo el tema musical del juego. Esa mezcla de valentía y vulnerabilidad lo hace entrañable. Te hace querer acompañarlo hasta el final, solo por no dejarlo solo en esa casa tan, tan rara.
Gráficamente, fue un bombazo en su momento: luces dinámicas, reflejos, niebla… Nintendo se esforzó en que todo se viera impecable. Aunque duraba poco —unas 6 horas de juego—, cada minuto estaba lleno de detalles y la historia te dejaba con ganas de más.
El inicio de una saga inesperada
Aunque al principio algunos fans quedaron confundidos (¿dónde está el Mario 64 de esta consola?), Luigi’s Mansion no tardó en ganarse su lugar. Vendió más de 3 millones de copias y dejó claro que Luigi podía ser mucho más que “el segundo jugador”.
El éxito trajo secuelas: tanto para Nintendo 3DS com para Nintendo Switch. Estos nuevos juegos continuaron ampliando el universo original, con más mecánicas, escenarios enormes y multijugador incluido. Pero el primero, el de GameCube, tiene ese sabor especial. Ese encanto de cuando algo nuevo e inesperado funciona mejor de lo que nadie imaginaba.
Luigi’s Mansion es uno de esos juegos que, si lo jugaste en su momento, se te queda en el recuerdo. No solo por lo técnico o lo divertido, sino por lo que representó: una oportunidad para que Luigi saliera de las sombras y nos mostrara que también puede ser héroe. A su manera, claro. Con miedo, temblores… pero con el corazón por delante.